sábado, 10 de octubre de 2015

D E N E G R O


Capitulo 10

Hoy era uno de esos días tristes en los que recuerdas de todo, desde cuando eras apenas un niño, tus primeros amigos, esas graduaciones melancólicas a las que no me gustaba asistir, el primer libro que leíste, la primera chica que besaste, el primer videoclip pornográfico que miraste, desde la música que en verdad te empezó a gustar hasta el primer desafío que tuviste con tus padres para poder ir a una fiesta. 


Aquella enfermedad de la que te alegraste porque no te dejo ir a la escuela por más de una semana, las vacaciones más divertidas que tuviste, siempre una mejor que otra. 

El día en que la lluvia te limpio más que cuando te metías a bañar, las salidas con tus amigos, el primer grito de rebeldía contra la maldita sociedad, la noche más larga que se te hizo eterna pensando en una persona y el día más corto estando con esa misma persona. La primera comida que te atreviste a cocinar, las personas en las aceras pidiendo dinero para poder comer, que observabas cuando caminabas con tu madre, el primer viaje solo, los pasteles imaginarios, la familia molesta que visitaba a tus padres, los secretos que te hacían guardar tus hermanos que después utilizaban contra ti, la ventana que rompiste, los juegos que no jugaste, aquella película en el cine sin final en el guion, una aventura de una noche con secretos de mil días. 
Aquella perversidad al imaginar cosas que jamás sucederían, las maldades que cometías, las buenas acciones que intentaste, las miles de iglesias a las que fuiste, el tiempo que desperdiciaste. La verdad es que hoy asistí a un funeral. Las personas que más lloraban también parecían reír, de a momentos llegue a pensar; “que loca es la vida”.

Me di a la tarea de pasar un momento por mis recuerdos, y todo aquello que antes mencionaba se había ido, y lo único que quedaba en mi cabeza era esa chica. Sin duda no era normal. Ella no lo era. Jamás me había imaginado a Paola siendo una chica tristona y sin ilusiones. Ella podía ser mucho, aún más de lo que yo parecía o quería imaginarme, me decía cosas serias muy pocas veces porque todo el tiempo parecíamos dos comediantes contándonos cualquier estupidez para lograrnos sacar una sonrisa. Las personas especiales me parecían muy escasas en ese tiempo, en el que la conocí. 

La verdad yo me encontraba en un estado en el que carecía de dirección. Siendo sincero jamás he sabido a donde ir, probé el dejarme llevar por mucho tiempo y me parece que hasta ahora me ha funcionado.
Como decía, asistí a un funeral. Pero no iba con ropa negra, con lo mucho que me gusta y lo delgadas que parecen las personas, me decidí por ir poco convencional.

En realidad mi vestimenta no importaba tanto si no lo que escuche cuando aquellas personas se despedían con algunas palabras para el determinado difunto. Me di cuenta de algo que todos tenían en común. Todos lo iban a extrañar. Y me pregunte ¿Realmente aquella persona en el baúl, abra sido tan importante que impacto tanto en las personas presentes como para que dijeran ese tipo de palabras?

- Él era el mejor.


- No habrá otro como él.


- Era el más especial del mundo.


- Etc…


Y si fuera Paola la que estuviera en aquella caja. ¿Qué le diría? En mi intento por imaginarme todo lo que había pasado con ella, una persona a la que solamente conocí en persona como por unos veinte minutos, pero a la que llevaba hablándole un par de años, encontré un fuego cruzado de pensamientos en toda la extensión de la palabra. Algo era cierto, la apariencia no importaba, al menos a mí no, eso ya no infundía en mi dudas o complejidades estúpidas que tienen las personas hacia con otras personas. 

Quitando eso me quedaba lo que sentía cuando hablaba con ella. 

No sé si alguna vez fue real, pero en su momento fue como palpar cualquier cosa palpable con más que palabras. Porque eso significaban para mí, más que palabras. Y me volvía a preguntar ¿Qué le diría? Si ella estuviera ahí, apunto de ser cubierta por una montaña de tierra. 

Y si fuera al revés. Y si yo estuviera ahí. ¿Qué me diría ella? Pienso en que los papeles cambian cada vez que tomamos malas o buenas decisiones.

Yo le diría que ella no era tan especial, no de la forma en que todos la hubieran podido ver, como yo la veía, a mi así me gustaba. Le volvería a repetir él te quiero con el que tantas veces la despedía por las noches y por el día. Aquellas simples palabritas, esas que me hacían sentir tanto, y mi espera esperaba que a ella también la hubieran hecho sentir igual. Le contaría un chiste, para que recibiera a la muerte con una sonrisa, así me gustaba imaginarla siempre y siempre la imaginaria así. 

Como dije antes, jamás conocí a una Paola tristona o llorona. Aunque me hubiera gustado conocerla por completo, si ella estuviera en aquella caja, le podría reclamar también que dejaba a un completo incompleto, como la canción. Ella me hacía recordar que el mundo no era tan mierda como solía serlo en mis días solitarios, o mejor dicho en aquel tiempo antes de conocerla. Le diría que ser melancólico, cursi y dramático, es parte de la vida y que no me avergüenzo de todos aquellos días que lo fui con ella, dedicándole canciones, poemas o contándole problemas sin razón. Porque fue lo más sincero que jamás hice por alguien. 

Y le cantaría una canción de bienvenida, nunca fui tan lógico, aparte las despedidas nunca le han gustado. Y le diría que el beso que le di en la mejilla aquel día, lo cambiaría por uno en sus labios. Creo que nunca te das cuenta de lo que cambiarías si tuvieras otra oportunidad. Platicando con ella varias veces sobre su familia, la escuela, las salidas, sus amigos, sus ratos libres, sus gustos, sus manías, sobre ella misma en tercera persona, sobre sus decisiones, sus errores, su falta de atención, en todo eso no hubo momento en que ella me pareciera indiferente o poco importante.

Después de todo eso, le diría que nada iba a estar bien, pero que no se preocupara, después de todo, yo no era tan tacaño conmigo, como para no permitirme seguir adelante. En realidad no sé lo que ella me diría si yo estuviera en esa caja. Pero me gustaría pensar que al menos me recordaría como su más estúpida coincidencia. Como esos cometas que solo miras una vez cada cierto tiempo y todo lo que puedes hacer es pedirles un deseo y sonreír.


Y la extrañaría, eso sin duda es algo que le diría. La extrañaría tan inexplicablemente que nunca nadie podría comprender aquella extraña sensación que sentiría al no hablar con ella nunca más. Espero que nunca llegue ese día.

– El tiempo es tan relativo, que vivir entre años luz me parece un parpadear entre sueños. –

Libro: Ojos color sol.

viernes, 14 de agosto de 2015

B L A N C O S Y G R I S E S



Si algo tenía claro, es que nada iba a ser claramente como lo había pensado.

Sucedía que me había probado ya las vendas de la experiencia. Y en mi opinión aquellas vendas eran unas primerizas e inocentes vagando entre vistas y memorias. Ultrajando recuerdos y experiencias que les fueran útiles para seguir conociendo de los demás.

Aquellas vendas no tenían nada que enseñarme, al menos así lo creí. Aunque tenían toda mi atención, no parecían interesadas en establecer un conocimiento mutuo. Yo no tenía tanta experiencia como la que ellas escondían.

Si bien pudieron haber viajado a diferentes partes del mundo, conocido heridas que jamás cicatrizaron, permanecido en ojos que ya no volverían a ver la luz del día, atrapado a la sangre viva, sangre del pueblo, sangre herida. A esas malditas no les interesaba lo que yo podía haber conocido en mis tantos y tontos ratos libres.

Y empezó la primera vuelta, empezando desde dos dedos arriba de mi oreja derecha.
Se escuchó un quejido, tal vez pudo ser el mío. Lo supuse, estaba empujando demasiado la herida de mi cráneo y mis ojos no podrían haberse hundido más.

Aquella venda tuvo que aflojar vuelta. Y vuelta a vuelta irse yendo menos apretada.

Y la tercera vuelta estaba por concluir, cuando mire el mar después del cielo.
Y un sin fin de ballenas a lo lejos. Ballenas blancas, grises y azules.
De todos tipos y tamaños.

Me sorprendí. 
Aquello era increíble. 

Cuando acababa la cuarta vuelta me encontraba en un pueblo a las afueras de Berlin. Apunto de ser exterminado por un grupo de soldados nazis. Me espante y la venda se espantó también y juntos tuvimos miedo y desconcierto, pero ella no dejaba de dar vueltas. Así que mantuve la compostura, la poca que me quedaba y ya no me moví. 

Para la octava vuelta, mi venda sabía que yo ya conocía un poco de ella y ella de mí. 
Lo pasado y lo viviente.

Fue cuando demostró todo lo que ella sabía. ¿Y qué es el saber?... si no desconocer y aprender de tal forma que aquello lo vivamos por nosotros mismos y sea llamado experiencia. Sin duda aquella venda sabia muchas cosas. De esto de aquello. Dolores inimaginables. Sabia de guerras tardías. Heridas eternas, de horas y de algunos minutos. Y aprendió que todos tenemos algo que contar, que solo la venda puede tapar, pero no curar. Eso lo aprendemos nosotros mismos.



Para la quinceava vuelta, me había vuelto uno solo con aquella venda.

sábado, 8 de agosto de 2015

P U E N T E



¿Que hay aquí? Pregunte.
- Solo agua, algunos arboles y tu.
¿Que mas?
- Posiblemente algo de basura, hojas de arboles y tu.
¿Que mas?
- No lo se. ¿Que quieres escuchar?
Se que puedes ver mas. Anda dime ¿Que mas puedes ver aquí?
- Un camino, una orilla, ramas viejas maltratadas por el otoño salvaje.
¿Que mas?
No lo se. Dime que ves tu. 

Aquí hay armonía. 
Aquí hay una hermosa vista...